19 septiembre 2006

03 TETRIS


“blood crystalized to sand
and now I hope you undestand
you reflect into his looking-glass soul
and now the mirror is your only friend
look into his eyes and you will see
that man are not alone on the diamond sea
sail into the heart of a lonely storm
and tell her that you’ll love her eternally”
Thurston Moore

Comprendo recién ahora el miedo, al menos lo que tiene que ver con su origen en mí, es decir, recuerdo perfectamente cuando lo derroté por vez primera y para siempre: sucedió cuando jugaba en un flotador en una piscina desolada, en una casa muy bonita y elegante. Tendría yo unos 4 o 5 años. Pasaba tardes completas paseando en el agua y aleteando como si remara. De pronto tuve una ilusión (horriblemente realista): que bajo mis pies me acechaba un oso polar. Este oso me observaba tranquilo pero hambriento. Creo que la primera vez salí del agua tan despavorido que casi me ahogo, pero luego lo comencé a desafiar abiertamente a devorarme de una vez. No había nada que perder, era él o yo. Y así lo esperé muchos días, desde lo más bajo a lo más profundo de la piscina, y nunca se decidió a atacarme. Tuve muchas ilusiones más pero ninguna era tan fascinante como el oso bajo los pies. Yo quería ver el agua teñida de rojo. Era una extraña idea que no deseché hasta que tiré puñados de tierra en ella.. obviamente le di cualidades sangrientas a esos terrones al disolverse. También en esa casa había un gran corral de conejos. Ahí vi resumido el ciclo de la vida: nacer, crecer, hueviar, reproducirse, morir. Fue un verano súper entretenido, fue como una granja educativa, en la que pude asimilar la pertinencia de la vida y el modo cómo había que vencer el miedo a ella, por más que se nos presente amenazante y terroríficamente incomprensible.

Con la mirada a través de las cuencas vacías de mi cadáver, veo realmente todo en sus verdaderas formas y magnitudes. Es difícil poseer tamaña cualidad pero con la suficiente humildad se puede sobrellevar. No se puede pecar de inocente con dicha capacidad (innata o no, no lo sé), sólo se puede encender cada mañana la antorcha de magnesio y emprender el rumbo eterno hacia la fogata mayor, que deberé saber encontrar en el fondo de unos ojos dulces. La paciencia es mi océano donde me refresco sin importar lo alto de la montaña donde me encuentre.

Pues bien, la llevo dentro, es innegable. Pero la llevo como cenizas, las que a su vez como filamentos certeros de gilletes, fueron desgarrando cada una de las ataduras falsas que la unían a mí. Y la sigo llevando en mí, en verdad llevo a varias más, aún sin lograr la sublimación a la que me aferro. Pero eso es bueno, pues me ha permitido seguir libre rebotando por todos los árboles plateados que divise en lo vertical.

Sólo por curiosidad subí anoche al árbol central de la Plaza de Armas, con sorpresa, pues nunca imaginé encontrar allí a un semieufórico paralítico que me dictó: “Algunos conocen el amor antes que otros. Quienes lo conocemos prematuramente debemos hacernos cargo de tamaña responsabilidad: de todas formas debemos propagarlo y defenderlo, calificarlo y suprimirlo, desconocerlo y enaltecerlo.. sí (dá). De eso se trata”. Tuve que pegarme 2 cabezazos fuertes en el tronco para verlo desaparecer. No se puede reconocer a un asesino sólo por cómo luce su cara. Con aún más sorpresa lo vería ahora sobre el árbol siguiente declarándome una frase robada: “a veces me pregunto cómo sonaría mi cuerpo al estallarse contra las rocas”. Le arrojé la botella con sus últimos despojos directo a la frente, lo vi tambalearse y caer como él lo quería, sólo yo lo pude oír pues ya iba inconsciente. Describiría esa melodía como el crack que hacen los huevos de cóndor en el nacimiento. Con el último suspiro con que se despidió el insensato dijo: “encerca tu corazón y oblígalo a obedecer”.. entonces se me fue la borrachera, bajé del abeto y entré en la catedral continua, tomé mi daga y como el Orias, degollé al San Guchito de yeso que tan erróneamente daba consuelo a los hambrientos. Pero nunca hubo sincronía entre conducta y sentimientos.

Mucho después supe que se trataba de un tipo que compartía el humo de sus inciensos a través del mercado. Le llevaba gran trabajo confeccionar sus pirámides perecederas pero con alegría difundía sus esencias. La gente voluntariamente le daba monedas de níquel, cuando menos una sonrisa, las que él valoraba muchísimo más a estas alturas.

No existen sombras en la Roca del Mandril, aquí nadie proyecta sombras porque cada uno lleva su propio sol sobre la cabeza, justo en su mediodía. Aquí no es necesario el relieve, aquí todos somos almas plenas despojadas de lo superfluo, sólo nos ha quedado lo auténtico del alma, lo que realmente es bueno para el Universo, pues esa es nuestra destinación: el Cosmos entero del que nunca nos desligamos en verdad, del que todo nos ha intentado desamarrar por medio de artimañas serpentinadas.

El espíritu luego de jugar durante 44 días seguidos, estará tan mareado que no recordará el camino de regreso, su único consuelo será provocar la caída de helicópteros sobre escritorios donde tranquilos leerán en secreto los jóvenes impertinentemente rebeldes con una semicausa.