15 agosto 2005

no sabes qué desperdicio ya no tengo en el alma

Mis pasatiempos tienen que ver con disparar hacia lugares neutros, hacia alcachofas de hielo y elefantes de cartón. Y nunca he sentido rencor alguno, lo que resulta ser muy extraño cuando me confunden con sicario o mercenario, debo responder que sólo aspiro a seminarista y que en algún momento vi destellos rojos donde no tenía que verlos... en fin, gané algunas medallas olímpicas de poca monta pero las contribuí al contrabando (pues hay cosas más saladas que otras). Como penitencia de principiante tuve que condensar las neblinas que cargaba en las manos, tuve que hacer viajes esporádicos a islotes de manzanas confitadas y niñas con piel de miga de pan remojada en leche chocolatada, me pegoteé la boca con las primeras y dejé caramelo en el cuello de las segundas... pero nada había de peligroso en esto, por lo que fallé la iniciación por volver a los disparos reiterativos y a destajo. Así no más fueron las cosas.

No sé si me explico pero no importa porque no creo que los marsupiales siquiera sepan leer. De a un problema a la vez. Primero, se debe cambiar drásticamente la posición geográfica. Pero se debe olvidar eso de salir de la ciudad sólo para descarriarse, se debe laburar intensamente como abejorro en flor, con toda la carga del cuerpo levitando y picando al molestoso. No hay caso: no aprendí nada de la paz, ni siquiera sé si está bien escrita. Lo extraño es que sólo instalándose permanentemente en un lugar se puede agarrar vuelo y viajar.

Dudo que haya algo más bello que la sangre, dudo que alguien ose a poner algo que reemplace sus destellos.. dudo que frente a un cadáver alguien no intente besarle los pies y robarse una gota del líquido rojo en la punta de la nariz.