Sólo por nosotros comprendida la dificultad.
Cuando en los últimos dos o tres días sólo se ha incurrido en el error.
Todo se involucra, como si todo nos (verdaderamente) importase.
La frecuencia incandescente que justo hizo no ver nada.
Ya nada funcionaría correctamente.
Todos los lunes ocurre lo mismo.
Y todos los gatos de noche son blancos. Ha quedado comprobado cuando él y ella salían a trotar por el barrio de ella.
De más está decir, que todo es comparable al fútbol. Jugamos con fuego y no nos corrompe en lo absoluto la desdicha ajena, sólo la propia. Actuación preliminar. Molestias y poca (si no nula) concentración.
Los tragos amargos saben dulces y viceversa. Por más que él llorara, por más que rezaba a todos los santos, nada se asimilaba a un milagro. Es aburrido estar siempre volviendo para poner las rayitas a las tés y los puntos sobre las íes. Cuando algo se acaba, dos o tres cosas comienzan a comenzar simultáneamente.
Él y ella nada entendían; todo lo intuían. Una bufanda multicolor me tapó la boca justo cuando iba a gritar las mentiras de verdad. La bajada se transmutó en subida y nadie se movió de su lugar.
Él y ella, aún sin entender, comprendieron que su propio deterioro ya se estaba cumpliendo. Las curvas herían con sus puntas y él y ella seguían intuyéndolo todo, sin embargo, a nadie le prevenían, eran egoístas en cuanto al dolor. Creyeron que las palmeras eran cebollas gigantes y se fueron a la Isla de Pascua para remendar sus zapatos rotos. Pero en vez de remendar zapatos, se pusieron a confeccionar corazones de peluche para lanzarlos al volcán.
Y cuando sus fluidos mentales comenzaban a eruptar, vieron descender sobre la playa a las viejas gaviotas que, rozando sus alas en la arena, escribieron que no debían ellos nunca jamás más darle tantos apelativos a la realidad, que nada lograban de esa forma y que si juntaban sus miradas en un mismo punto del horizonte se verían a ellos mismos mirándolos de vuelta en el continente opuesto.
Pero seguían sin entender; todo lo intuían.
Cuando en los últimos dos o tres días sólo se ha incurrido en el error.
Todo se involucra, como si todo nos (verdaderamente) importase.
La frecuencia incandescente que justo hizo no ver nada.
Ya nada funcionaría correctamente.
Todos los lunes ocurre lo mismo.
Y todos los gatos de noche son blancos. Ha quedado comprobado cuando él y ella salían a trotar por el barrio de ella.
De más está decir, que todo es comparable al fútbol. Jugamos con fuego y no nos corrompe en lo absoluto la desdicha ajena, sólo la propia. Actuación preliminar. Molestias y poca (si no nula) concentración.
Los tragos amargos saben dulces y viceversa. Por más que él llorara, por más que rezaba a todos los santos, nada se asimilaba a un milagro. Es aburrido estar siempre volviendo para poner las rayitas a las tés y los puntos sobre las íes. Cuando algo se acaba, dos o tres cosas comienzan a comenzar simultáneamente.
Él y ella nada entendían; todo lo intuían. Una bufanda multicolor me tapó la boca justo cuando iba a gritar las mentiras de verdad. La bajada se transmutó en subida y nadie se movió de su lugar.
Él y ella, aún sin entender, comprendieron que su propio deterioro ya se estaba cumpliendo. Las curvas herían con sus puntas y él y ella seguían intuyéndolo todo, sin embargo, a nadie le prevenían, eran egoístas en cuanto al dolor. Creyeron que las palmeras eran cebollas gigantes y se fueron a la Isla de Pascua para remendar sus zapatos rotos. Pero en vez de remendar zapatos, se pusieron a confeccionar corazones de peluche para lanzarlos al volcán.
Y cuando sus fluidos mentales comenzaban a eruptar, vieron descender sobre la playa a las viejas gaviotas que, rozando sus alas en la arena, escribieron que no debían ellos nunca jamás más darle tantos apelativos a la realidad, que nada lograban de esa forma y que si juntaban sus miradas en un mismo punto del horizonte se verían a ellos mismos mirándolos de vuelta en el continente opuesto.
Pero seguían sin entender; todo lo intuían.