Me felicitan por las cosas que no he hecho y me regañan por cada una de las que sí he cometido.
Tomo mi pelota y hago un redoble de pestañas. Eludo a cientos de rivales y convierto el gol más maravilloso que se haya visto en este estadio. Y desde otras galaxias me llegan ofertas para que vaya a jugar a sus equipos extraterrestres. Yo les comunico que no me conviene mucho pues su tipo de moneda no es convalidable en mi planeta.
El público animalizado por mi golazo me saca en andas del estadio. Me levantan por sobre los semáforos y me lanzan miles de veces al cielo antes de caer de hocico en el cemento. Me dejarían ahí para ir a celebrar a la schopería de la esquina. El titeretero y su títere (que soy yo) se presentan al público efervescente que clama por ver la aniquilación de la carne a través del sexo promiscuo de nosotros, las marionetas.
Pues una vez diezmado el razonamiento, sólo nos queda el espacio abierto (parecido a un desierto) para crear a través de la imaginación o ilusión, todo lo que nos falte para cometer ejercicios exorbitantes.
Sí, todo.
Y, porsupuesto, ha sido real la virtual condena que nos lanzaran finalizar el partido. Y claro, era merecida pues sin más habíamos fracturado a todos los rivales en la clavícula, el peroné, la radio o en los tres simultáneamente.
Con o sin prejuicio, nos mostraron su show redentorio y sacamos nuestras propias conclusiones. Nos quedó claro que no debíamos haber estado ahí en ese momento, nos quedó claro que el dinero se nos resbala entre los dedos y nos quedó claro que existen muchas cosas para hacer en tardes de invierno en vez de ir a sentarse frente a un espectáculo simplemente nauseabundo.
El destello circular nos quitó la vista y ya no pudimos rebatir acerca de sus chifladuras, en las que cobraban entradas y también las salidas.
Tomo mi pelota y hago un redoble de pestañas. Eludo a cientos de rivales y convierto el gol más maravilloso que se haya visto en este estadio. Y desde otras galaxias me llegan ofertas para que vaya a jugar a sus equipos extraterrestres. Yo les comunico que no me conviene mucho pues su tipo de moneda no es convalidable en mi planeta.
El público animalizado por mi golazo me saca en andas del estadio. Me levantan por sobre los semáforos y me lanzan miles de veces al cielo antes de caer de hocico en el cemento. Me dejarían ahí para ir a celebrar a la schopería de la esquina. El titeretero y su títere (que soy yo) se presentan al público efervescente que clama por ver la aniquilación de la carne a través del sexo promiscuo de nosotros, las marionetas.
Pues una vez diezmado el razonamiento, sólo nos queda el espacio abierto (parecido a un desierto) para crear a través de la imaginación o ilusión, todo lo que nos falte para cometer ejercicios exorbitantes.
Sí, todo.
Y, porsupuesto, ha sido real la virtual condena que nos lanzaran finalizar el partido. Y claro, era merecida pues sin más habíamos fracturado a todos los rivales en la clavícula, el peroné, la radio o en los tres simultáneamente.
Con o sin prejuicio, nos mostraron su show redentorio y sacamos nuestras propias conclusiones. Nos quedó claro que no debíamos haber estado ahí en ese momento, nos quedó claro que el dinero se nos resbala entre los dedos y nos quedó claro que existen muchas cosas para hacer en tardes de invierno en vez de ir a sentarse frente a un espectáculo simplemente nauseabundo.
El destello circular nos quitó la vista y ya no pudimos rebatir acerca de sus chifladuras, en las que cobraban entradas y también las salidas.