Uf, esta poesía alegre no me permite nada, sólo permanezco en este ascensor intrépido ambulante corruptible, re-uff, si tanta convocatoria no tenimos: uso el chaleco ajeno, se me quedaron los calzoncillos largos de lana en la cama que quedó sin sábanas, bailé break sin saberlo ni acordarme, mantuve un casi incesto, rodé por laderas felpudas, cambié 2 monedas de 100 por 4 de 50.
Esperé un rato suficiente como para acordarme de cada cuestión. Los espacios son para ocuparlos. Mi debilidad es un escombro. Redondeo lápices, me columpiaba por terminar antes las pruebas (me echaban pa’ fuera). Amores sin completos, cuando el itinerario lo determinaba una cuchara..
“Te destrozaron la cara y después te humillaron como si nada” dice Álvaro, y no me llega pero como que estuve en algo así. Cuando llueve de esta forma a lo único que atino es salir a mojarme, pasar a algún boliche por bencina y seguir buscando objetos brillantes en esquinas poco visitadas. Siempre he preferido el desastre a que no pase nada, eso no es novedad, soy el dadaísta de esta calle.
Les me indica con sus dedos un ritmo antiguo pero de mañana: “left!, right!, left!!, right!!”. “Jerry was a race-car driver” dice luego, lo acompaño y confirmo con un piquero al charco de la esquina, los autos creen que me molesta que me mojen, pues no conocen ni conocerán el placer máximo que esta ridiculez poco ridícula me provoca.
A los moretones los amo por sus historias no por su belleza, lamentablemente las historias de estos últimos no las recuerdo, tal vez se trate de una casa en el cerro con señoras increíbles de más de 40 años, que a su vez tenían hijas más increíbles y habían también mozuelos justamente educados y caballeros muy jóvenes de reputación europea más humildes que una manzana. Ya recordé todo. Sé que esta diagonal morada en mi pierna se trata de aquello y esta perpendicular en mi estómago es esto otro.