07 septiembre 2007
El buey de Falaris
Es bien conocida la malevolencia del rey tirano Falaris, incluso Aristóteles no habla con agrado de su persona. Probablemente, su mayor acto de maldad haya sido la construcción de ese siniestro buey hecho de oro y bronce. Esta escultura era como una especie de gran cofre; allí, cualquier persona hubiera guardado objetos valiosos o muy personales, ya que una vez cerrado, sólo su poseedor (Falaris, en este caso) podía abrirlo. Pero este tirano no lo utilizó como cofre, ni nada que se le asemeje, en cambio, prefirió usarlo para castigar a los insurrectos o condenar a los enemigos, pero también para satisfacer su oído. Todo lo hacía de la siguiente guisa: encerraba a un individuo dentro del buey y luego calentaba la escultura al fuego hasta que estuviera al rojo vivo; pero, debido a que el rey era un conocedor y artista en lo que a instrumentos musicales se refiere, había dispuesto la boca del buey de manera tal, que los horrísonos gritos que se producían dentro de la infernal bestia, al pasar por la boca, salían al exterior en forma de un bello canto armonioso, incluso, relajador.
Cuando leí esta fábula (ya que se me hace difícil concebir tal crueldad) no pude dejar de pensar en lo maligno y morboso del asunto: adentro, un ser humano literalmente se está cocinando; me imagino el ardor, casi puedo oír los alaridos desgarradores de dolor, pero también puedo percibir el ruido de todo el cuerpo cocinándose, las tripas, el cerebro, todo. La pestilencia emanada de los excrementos (imagino que los habrá) consumiéndose por el calor; la desesperación de la víctima, que ya ni debe pensar en que va a morir, sólo quiere hacerlo en ese mismo instante para que cese el dolor. Por el otro lado, afuera de la áurea bestia veo a un hombre cómodamente sentado, observando el bello espectáculo de la escultura al fuego vivo, esos colores que se mezclan con el del fuego tomando más y más intensidad, incluso, parece que el buey se moviera, y mientras lo hace, canta; emite un sonido hermoso, un sonido celestial que el tirano disfruta desde sus aposentos.
Ahora me pregunto, ¿dónde vi algo parecido? ¡Ah! Lo recuerdo, lo vi en una ejecución: un hombre en la Silla Eléctrica, muriendo lentamente; otras personas mirando a través de un cristal. Ellos no escuchan bella música, pero escuchan un sonido que les es ameno: el sonido del poder, de la ejecución, de la venganza; ellos gozan con la venganza.
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