“Las fotografías coloreadas ocupan un lugar inmerecidamente cuestionable: el artista tuerce el gesto ante ellas y el fotógrafo las mira con desdén. El primero dice que no son pinturas y el segundo que no son fotografías; así, el arte del colorido fotográfico, que nadie reconoce, debe buscar consuelo en el hecho que, sin embargo, es adoptado con entusiasmo por ambos. En las exposiciones de pintura, las fotografías coloreadas son rechazadas de forma imperiosa, y se suele notificar con mucha frecuencia que no se aceptarán en exposiciones fotográficas.”
(Henish y Henish, 1996, pág. 29)
Mirzoeff, Nicholas. Una introducción a la cultura visual. Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, 2003.
