27 noviembre 2006

el tío Fede



Los contramovimientos: el arte

Son los estados de excepción los que condicionan al artista: todos aquellos que están profundamente emparentados y entrelazados con fenómenos morbosos, de modo que no parece posible ser artistas y no estar enfermos.

Los estados fisiológicos que están desarrollados en el artista hasta casi constituir una «persona», y que de por sí son inherentes en algún grado al hombre en general:

1. la ebriedad: el aumento de la sensación de poder; la íntima necesidad de transformar las cosas en un reflejo de la propia plenitud y perfección.

2. la extremada agudeza de ciertos sentidos, de modo que ellos entienden -y crean- otro lenguaje de signos, el mismo que parece relacionado con diversas enfermedades nerviosas; la extremada movilidad que se transforma en una extremada comunicatividad; el querer hablar por parte de todo aquello que sabe emitir señales... una necesidad de liberarse, por decirlo así, de sí mismo por medio de signos y gestos; capacidad de hablar de sí con cien medios expresivos... un estado explosivo -ante todo es necesario pensar en este estado como constricción e impulso a desahogar con todo tipo de trabajo muscular y de movilidad la exuberancia de la tensión interna; luego como coordinación involuntaria de este movimiento hacia los hechos internos (imágenes, pensamientos, deseos) como una especie de automatismo de todo el sistema muscular bajo el impulso de estímulos que actúan desde dentro; incapaz de impedir la reacción, el aparato de control está por así decirlo, suspendido. Todo movimiento íntimo (sentimiento, pensamiento, afecto) está acompañado por modificaciones vasculares y, por lo tanto, por variaciones de color, de temperatura, de secreción; la fuerza de sugestión de la música, su «suggestion mentale»;

3. el deber imitar: una extremada irritabilidad, por la cual un determinado modelo se comunica como un contagio -un estado es adivinado y representado en base a signos... Una imagen que aflora internamente actúa como movimiento de los miembros... una cierta suspensión de la voluntad...

(¡Schopenhauer!!!) Una especie de sordera, de ceguera hacia lo exterior -el reino de los estímulos admitidos está claramente delimitado.

Lo que distingue al artista del profano (consumidor del arte): este último encuentra en el recibir la cumbre de excitabilidad, el primero en el dar -de modo que un antagonismo entre estos dos dones no sólo es natural, sino también deseable. Cada uno de estos dos estados tiene una óptica inversa -pretender que el artista se meta en la óptica del receptor (del crítico) significa pretender que se empobrezca a sí mismo y a su fuerza específica... Aquí sucede como con la diferencia entre los sexos: del artista que da no se debe pretender que se convierta en mujer, que «reciba y conciba»...

En tanto que también nuestra estética ha sido hasta ahora una estética femenina, dado que sólo los consumidores del arte han formulado sus experiencias de lo «que es bello». Hasta hoy, en filosofía ha faltado el artista... Es esto, como queda dicho más arriba, un error necesario, porque el artista que empezara nuevamente a entenderse a sí mismo, cometería un error -él no debe mirar hacia atrás, no debe mirar nada, debe dar. Ser incapaz de crítica es algo que honra a un artista... de otro modo es mitad y mitad, es «moderno»...


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Aesthet[ica]

Intelección fundamental: qué es bello y qué es horrible

Nada está más condicionado ni es, digamos, más estrecho de miras que nuestro sentimiento de lo bello. Quien quisiera concebirlo disociado de la complacencia del hombre en el hombre perdería inmediatamente todo suelo y fundamento. En lo bello el hombre se admira en cuanto tipo: en casos extremos llega a adorarse a sí mismo. Pertenece a la esencia de un tipo hacerse feliz sólo ante su propio espectáculo, - afirmarse a sí y sólo a sí mismo. El hombre, tan colmado de bellezas como ve al mundo, siempre lo ha colmado únicamente con su propia «belleza»: esto quiere decir que considera bello todo aquello que le recuerda el sentimiento de perfección con el que él, como hombre, se sitúa entre las cosas. ¿Habrá embellecido realmente el mundo con ella?... ¿Y si a los ojos de un juez superior del gusto, el hombre no resultara, a fin de cuentas, bello en absoluto? ... ¿No quiero decir con esto que indigno, sino un poco cómico? ...

2

- Oh, Dionisio, divino, ¿por qué me tiras de las orejas? Encuentro en tus orejas una especie de humor, Ariadna: ¿por qué no son aun más largas?...

3

«Nada es bello: sólo el hombre es bello.» Sobre esta ingenuidad se funda toda nuestra estética: ésta sería, se dice, su primera «verdad».

Añadamos inmediatamente la «verdad» complementaria, ésta es menos ingenua: que no hay nada feo a no ser el hombre malogrado.

Cuando el hombre sufre por lo feo, sufre por el aborto de su tipo: y allí donde algo le recuerda, aun de la forma más remota, un tal aborto, allí mismo coloca el predicado «feo». El hombre ha colmado el mundo con cosas feas. Esto quiere decir siempre: con su propia fealdad... ¿Ha afeado realmente el mundo de esta manera?

4

Todo lo feo debilita y consterna al hombre: le recuerda la ruina, el peligro, la impotencia. Se puede medir la impresión de lo feo con un dinamómetro. Cuando baja, entonces está surtiendo efecto algo feo; el sentimiento de poder, la voluntad de poder crece con lo bello y decae con lo horrible.

5

En el instinto y la memoria se halla acumulado un material inmenso: contamos con mil clases de signos en los que se revela la degeneración del tipo. Cuando apenas se insinúa el agotamiento, el cansancio, la pesadez, la edad, o la falta de libertad, el espasmo, la descomposición, la putrefacción, ahí mismo habla nuestro juicio de valor más elemental: en ese mismo instante el hombre odia lo feo...

Lo que aquí odia es siempre la decadencia de su tipo. En este odio radica toda la filosofía del arte.

6

Si mis lectores se hallan lo suficientemente instruidos sobre el hecho de que también «el bueno» representa una forma del agotamiento en el espectáculo integral de la vida: entonces le rendirán tributo a la consecuencia del cristianismo cuando concibió al bueno como el feo. En esto el cristianismo tenía razón.

Es indigno de un filósofo decir: lo bueno y lo bello son una misma cosa: si agrega además «junto con lo verdadero», entonces debería azotársele.

La verdad es fea: tenemos el arte a fin de no sucumbir ante la verdad---.


Nietzsche - El arte en el “Nacimiento de la Tragedia”